Philippe Godard, ensayista y escritor francés, autor sobre todo de documentales infantiles sobre el tema de la ecología, se ha interesado por Google y su estrategia política. Después del artículo «De quoi le QR code est-il le nom?», lejos de cualquier simplificación, elabora una crítica exhaustiva de las inspiraciones y aspiraciones ideológicas del gigante de Internet a favor de un control ampliado de los individuos, o más bien de sus comportamientos, así como una reducción del papel del Estado, a través del concepto de Estado mínimo. ¿El resultado? La reconstrucción de una historia que es más compleja y problemática de lo que parece. Una contribución exclusiva para Mr Mondialisation.
Una de las particularidades de la empresa Google es que adoptó muy pronto una estrategia política, y no sólo comercial, económica y financiera. Esta particular estrategia política, basada en la ausencia de leyes en el mundo virtual y en una fraseología ambigua, se ha adaptado especialmente bien al mundo cambiante de los primeros veinte años del siglo XXI. Encuentra sus dos fuentes de inspiración fundamentales en un psicólogo, Skinner, y en un pensador del Estado, Nozick.
Conductismo, Estado mínimo y Google
Aquí no encontrarás ni rastro de una conspiración de Google, de defensores de la tecnología totalmente digital o de un think tank[1] que ideó e impulsó –¿con qué medios?– a Google al rango de «amo del mundo», armado con su propia estrategia de poder. Ciertamente, desde finales de los años 70, algunos think tanks han desempeñado un papel político fundamental en Estados Unidos, como la Heritage Foundation. Desde la campaña para la primera elección de Ronald Reagan, esta fundación muy conservadora ha publicado una serie de voluminosos trabajos titulados «Mandate for Leadership» [Mandato para el liderazgo], que esbozan nada menos que un programa «listo para ser usado» por una administración recién elegida. La Fundación Heritage ayudó a elegir a Ronald Reagan en 1980, y una vez elegido, también ayudó a poner en práctica sus políticas básicas, hasta el punto de que, según el Washington Post, el libro se había convertido en «una especie de manual para la nueva administración».
Pero Google no está vinculado a ningún partido o grupo en particular: la empresa desarrolla su propia agenda política. El objetivo es mostrar el vínculo entre una teoría psicopolítica, el conductismo, teorizada por Burrhus Frederic Skinner en los años 60-70, y una teoría del Estado «mínimo» expuesta por Robert Nozick en la misma época, y Google. Estas dos visiones han confluido en esta empresa emblemática del mundo moderno, Google, nacida en 1998, que resulta ser ante todo una herramienta política al servicio de lo que podríamos llamar un «capitalismo de condicionamiento y control». Fue Eric Schmidt, que fue durante un tiempo su presidente y consejero delegado, quien expresó más abiertamente el eje político de Google, antes de convertirse en asesor especial de seguridad del Pentágono.
Del hombre autónomo al hombre manipulado
El «hombre autónomo», al que Skinner dedica su libro Beyond Freedom and Dignity (Más allá de la libertad y la dignidad) y sus trabajos académicos, es un ser peligroso, impulsado por el deseo de libertad y la búsqueda de reconocimiento que le proporcionará dignidad. Pero Skinner lucha contra esta libertad y dignidad en nombre de un interés superior: la continuación de nuestra civilización. Su solución es sencilla: «Lo que necesitamos es una tecnología del comportamiento». Si no podemos cambiar a las personas desde dentro, por medios psicológicos, religiosos, políticos o de otro tipo, hay que canalizar su comportamiento a través de incentivos y reforzadores. No se trata de mejorar a las personas, sino de hacer que su comportamiento sea «bueno».
El objetivo de la obra de Skinner es demostrar que el control del entorno de los individuos permitirá controlar a éstos y, por consiguiente, salvar la cultura y la sociedad modernas de los peligros que las acechan. Los individuos que son imprevisibles amenazan la civilización. Sin embargo, Skinner se pregunta quién dirigirá este sistema de condicionamiento de la conducta:
“¿Quién construirá el entorno que ejercerá el control, y con qué fin? […] ¿Quién sabe lo que le parecerá bien a quien detente el control? ¿Y quién sabe si esto coincidirá con el bien de los seres que controlará?”
Skinner aún no sabe cómo resolver la cuestión, pero dice: «Está en la naturaleza del progreso científico que las funciones del hombre autónomo se controlen a medida que se comprende mejor el papel del entorno». El condicionamiento se justifica así por una hipotética «naturaleza del progreso científico». El punto principal es rechazar la idea tradicional de que la política o la forma de poder pueden hacer al hombre mejor. Esta modificación del entorno daría lugar más tarde a la invención y generalización del entorno virtual, que ahora ocupa un lugar central en la vida humana del siglo XXI, tanto a nivel individual como colectivo.
Skinner planteó una idea fundamental, la de la ilusión de nuestra autonomía: «Lo que estamos en proceso de abolir es el hombre autónomo, el hombre interior, el homúnculo […]. El hombre autónomo es un dispositivo que se invoca para explicar lo que no se puede explicar de otra manera. Se ha construido sobre nuestra ignorancia, y a medida que nuestra comprensión avanza, el mismo material del que está hecho se evapora. La ciencia no deshumaniza al hombre, lo “deshomunculiza”, y debe hacerlo si se quiere evitar la abolición de la especie humana. A «El hombre en tanto que hombre» le decimos sin dudarlo: que te vaya bien. Sólo despojándolo nos dirigiremos a las verdaderas causas del comportamiento humano. Sólo entonces podremos pasar de lo inferido a lo observado, de lo milagroso a lo natural, de lo inaccesible a lo manipulable. Manipulación en nombre de una concepción superior de la “ciencia del comportamiento”: «El análisis científico del comportamiento desposee al hombre autónomo y transfiere al entorno el control que se suponía que debía ejercer.»
Más que un anuncio profético, la última frase de Beyond Freedom and Dignity suena como una amenaza: «Todavía no hemos visto lo que el hombre puede hacer con el hombre.» Leemos en él una respuesta a la preocupación que Norbert Wiener expresó en los años 50-70, cuando se preocupaba por las consecuencias de su propia invención, la cibernética; ya en 1954, Wiener observaba: «Somos esclavos de nuestras mejoras técnicas […]. Hemos cambiado tan radicalmente nuestro entorno que ahora debemos cambiar nosotros mismos para poder existir en este nuevo entorno. Y ya no podemos vivir en el antiguo. […] Casi parece como si el propio progreso y nuestra lucha contra la creciente entropía tuvieran que acabar intrínsecamente en un resultado vertical del que intentamos escapar. La preocupación de Wiener había encontrado un firme opositor en Skinner. Sin embargo, para que la visión de Skinner se imponga, alguna entidad, ya sea un Estado o una empresa, tendría que introducir el control y la manipulación del comportamiento que él pedía para «salvar la cultura». De esto se encargará Google…
Es como si Skinner hubiera ofrecido a sus seguidores un escenario ya preparado: el control del comportamiento del individuo para ponerlo al servicio de fines que le superan. Hay al menos dos preguntas esenciales que quedan sin respuesta. En primer lugar, ¿qué hacer con los Estados y la democracia? En segundo lugar, ¿quién establecería este control del mundo y lo mantendría bajo control? Sin olvidar un tercer reto global, también fundamental: dado que el control de los seres humanos implicará en gran medida un sobre consumo en los países ricos, único «reforzador» creíble, y el empobrecimiento de los países del Sur, proveedores de materias primas y de mano de obra muy barata, ¿cómo hará frente el planeta a la previsible catástrofe ecológica, al aumento de la brecha entre ricos y pobres y a las migraciones que inevitablemente se producirán? Todo esto son problemas que hereda el siglo XXI.
Acabar con la anarquía mediante el Estado mínimo…
Al mismo tiempo que Skinner, un renombrado economista y profesor de Harvard llamado Robert Nozick proporcionó en Anarquía, Estado y Utopía el escenario económico y político-institucional que necesitarían sus sucesores. Lo llamó “Anarquía” porque Nozick, siendo un pensador “libertariano”, es sin embargo bastante sensible al argumento, anarquista y moral según él, de que no se debe hacer nada contra el individuo, que es lo que justifica la crítica al Estado como entidad inmoral. Nozick justificará así una forma de Estado que los anarquistas individualistas no podrán criticar desde un punto de vista moral.
El individualismo de Nozick es muy diferente de la idea anarquista; consiste esencialmente en una defensa radical de la libertad empresarial. Por ejemplo, en el ámbito de la salud, «un investigador médico que encuentra un nuevo producto sintético capaz de tratar eficazmente una nueva enfermedad no empeora la situación de los demás privándoles de lo que se ha apropiado, si se niega a venderlo de otra manera que no sea de acuerdo a sus condiciones». La moral tal y como la defiende Nozick es puramente individualista hasta el cinismo… y no tiene nada que ver con la dimensión colectiva de la anarquía.
Nozick parte del estado de naturaleza y se pregunta cuál es la mejor solución «moral» entre la «anarquía» de este estado de naturaleza y el peor estado imaginable – que hay que evitar. La gama es amplia. Nozick quiere que el Estado respete al individuo; ¿hasta dónde se puede llegar en la construcción de un Estado sin perjudicar al individuo? La pregunta, abstracta de entrada, le permite sin embargo esbozar un estado reducido a lo que él llama el Estado “mínimo”. Este se limita a la policía, al ejército y a una justicia que respete a todos los ciudadanos y no sólo a los que actúan positivamente para el país (un ciudadano no cooperativo podrá contar con la policía en caso de agresión); ésta es su única concesión, y pretende, una vez más, evitar cualquier desafío en nombre de la moral y del individuo.
“La primera parte [de Anarquía, Estado y Utopía] justifica el Estado mínimo; la segunda parte argumenta que no se puede justificar un Estado ligeramente más desarrollado”: esta idea es esencial; en su propia teoría política, Schmidt y Cohen (Google) también quieren limitar el papel del Estado al tiempo que impugnan la posibilidad de que este papel sea “ligeramente más desarrollado”. Para lograr sus fines, Nozick desarrolla «una teoría de la justicia que no requiere ninguna extensión del Estado». El ataca todo lo que pueda justificar un Estado más extenso, y así critica la noción de igualdad, el control obrero y las teorías «marxistas».
Para Nozick, la evolución hacia un Estado mínimo es inevitable. Llevaría, más o menos, a lo que conocemos hoy con la imposición desigual, sin debate democrático, del teléfono inteligente, del código QR, de todo el ecosistema tecnológico, con las redes sociales, la omnipotencia de los buscadores, etc., al mismo tiempo, el Estado se desentiende de la sanidad, de las obras sociales, de la educación nacional (que ahora sabotea abiertamente), de las vías de comunicación, de las carreteras o de la red ferroviaria, etc. Un buen resumen del estado actual de la situación política lo dieron los Chalecos amarillos: «Cuando todo sea privado, nos quedaremos sin nada».
¡Y llega Google!
Skinner y Nozick sólo eran profesores, ciertamente famosos y respetados, ¡pero el mundo no se gobierna desde Harvard! La suerte o el genio de Schmidt fue haber conseguido un hueco en el mundo empresarial, y además en la empresa líder de nuestro tiempo, lo que le abrió un bulevar para desarrollar su propia teoría del poder.
En su libro seminal, escrito conjuntamente con Jared Cohen, The New Digital Age, Schmidt no menciona a Skinner ni a Nozick. Sin embargo, todo el texto está impregnado de las ideas de estos dos teóricos. Nuestro objetivo aquí es llamar la atención sobre este hecho fundamental: las estrategias, incluidas las de «choque», son concebidas cada día por individuos o think tanks con el objetivo de asegurar la continuación de lo existente – que está en crisis desde hace décadas, hasta el punto de que podemos considerar que el capitalismo es un sistema en constante desequilibrio y que sus repetidas crisis, en última instancia, le benefician por el miedo que inducen, este miedo lleva a los ciudadanos a esperar la simple continuación de lo existente.
Lo que podríamos llamar el pensamiento Google tiene tanto en común con el trabajo de Skinner y de Nozick que nos parece importante destacarlo. Porque cuando no entendemos lo que hace el enemigo, es el enemigo quien nos domina – y actualmente hay más de 8.000 millones de smartphones en este planeta, la mayoría de ellos conectados a Menlo Park, la sede de Google… ¡Así que el enemigo tiene su chivato en nuestros bolsillos!
Si Schmidt arremete contra los anarquistas a lo largo de The New Digital Age, mezclando a Anonymous y Julian Assange en una línea similar, no es porque sea antianarquista. Es porque está profundamente convencido de lo que argumenta en las primeras páginas del libro: «Internet es el mayor experimento de la historia sobre la anarquía. En efecto, la Red ha dado un inmenso poder a cualquier usuario de Internet, incluidos los enemigos del sistema…
Schmidt coincide aquí con Timothy Leary, el apóstol de los experimentos psicodélicos de los años sesenta y setenta, cuya «profecía» en Chaos et Cyberculture se basa en una confusión entre anarquía y caos, pero Leary sacó conclusiones diametralmente opuestas a las de Schmidt. Leary ensalzó el caos como una posibilidad concreta de emancipación de quienes todavía no se autodenominaban «internautas». Leary se hizo eco de los argumentos de los primeros hacktivistas de la web: los científicos que inventaron la web crearon las condiciones para la ruptura del sistema burocrático. «La idea de que pueda haber individuos dotados de identidad y capacidad de elección», dice un año después de la invención de la web, «parece una locura, una auténtica pesadilla, no sólo para los burócratas gobernantes, sino para los liberales con sentido común». En realidad, Leary, al igual que muchos defensores de la libertad de Internet, no se dio cuenta en 1994 de que se convertiría en un lugar virtual profundamente ambiguo: libertad por un lado y restricción por otro, con condicionamiento hacia los sitios comerciales y los que promueven la violencia en todas sus formas, incluida la pornografía. En cuanto a esta libertad tan ensalzada por Leary, sólo era condicional: para disfrutarla, el internauta debe tener alguna idea de lo que busca en medio de un océano de miles de millones de sitios. La «serendipia», esa capacidad de encontrar lo que uno no buscaba en primer lugar, es un mito apropiado para describir eufemísticamente la realidad… de una confusión de pensamiento.
Schmidt da a la palabra «anarquía» otro significado que el de «caos». Se da cuenta de las cualidades que, en el momento de la aparición de la web, suscitaron una verdadera locura por esta nueva forma de comunicación e intercambio, de descubrimiento y de inventiva. Cuando Schmidt y Cohen escriben al principio de su ensayo que «Internet es una de las pocas obras creadas por el hombre que éste no comprende realmente», esta afirmación no debe tomarse a la ligera. Implica que ellos, Schmidt y Cohen, sí lo entienden, y lo que es más importante, significa que en el origen de la red hay individuos que no midieron las consecuencias en términos de anarquía, en el sentido de «caos».
Así, Tim Berners-Lee, el inventor del hipertexto y, por tanto, el principal inventor de la web como red de comunicación global, no comprendió la «caja de Pandora» que estaba abriendo. Berners-Lee creía, como tantos otros en su época, incluido Leary, que los usuarios de Internet utilizarían la web para aprender, para intercambiar, para resolver problemas a través de la experiencia, para transmitir valores. En cambio, una gran parte de los usuarios de Internet utilizan la red para comprar y vender, apostar, dar rienda suelta a sus fantasías pornográficas, presumir de una manera narcisista que a menudo va acompañada de la denigración de los demás, o incluso del insulto. El ideal de Berners-Lee, de carácter enciclopédico y basado en la puesta en común a escala mundial, se ha derrumbado ciertamente, aunque no haya desaparecido, como podemos ver, porque una parte importante de los internautas sigue utilizándola de forma inteligente y según valores que entran en el ámbito del rechazo de la dominación y de la sumisión, que son valores propiamente anarquistas.
El propio Berners-Lee da testimonio, en su página web, de su desilusión, siguiendo el ejemplo de muchos otros activistas de los primeros tiempos de Internet, que afirmaban que «la información quiere ser libre», sin darse cuenta de que el uso de la libertad depende de los valores que queramos defender y transmitir. En efecto, se trata de una forma de «anarquía», como diría Schmidt, que se ha impuesto en la red a escala mundial. No sólo la anarquía emancipadora, por desgracia, sino también el caos, la dominación absoluta, permitiendo tanto la expresión emancipadora como la expresión de carácter fascistoide (difamación, conspiraciónes, mentiras de todo tipo, desinformación, etc.).
El mundo según Google
Google presenta su trabajo de forma totalmente democrática. Así, los «10 principios básicos de Google», disponibles en la web y constantemente actualizados, afirman que «la democracia en la web funciona». La búsqueda de Google funciona porque su tecnología confía en los millones de personas que enlazan con sus sitios web para determinar el valor del contenido de otros sitios. Evaluamos la importancia de cada página web basándonos en más de 200 criterios y una variedad de técnicas, incluyendo nuestro algoritmo patentado PageRank™ que determina qué sitios son »elegidos» como las mejores fuentes de información a través de otras páginas en la web» (Principio #4).
Esto significa que el consenso determina la clasificación de un sitio web, no la exigencia ética ni la objetividad científica. Apoyarse en el reconocimiento de un sitio por parte de otros sitios refuerza la posición de los más solicitados. Reforzar una posición dominante en un mercado es, en realidad, la ortodoxia del sistema capitalista, ¡y ciertamente no es un principio democrático! Porque en una democracia, el verdadero valor es el disenso, la expresión de opiniones que divergen del consenso mayoritario, en la medida en que el nivel de democracia se mide por la capacidad de la sociedad de aceptar, o no, la posibilidad de una diversidad de opiniones.
En el Principio 6, Google revela más de su estrategia: «Descubrimos que los anuncios de texto orientados obtenían un mayor porcentaje de clics que los anuncios aleatorios. Cualquier anunciante, independientemente de su tamaño, puede aprovechar este medio para dirigirse a un público de forma muy específica. La confesión es clara: esto es un negocio, no una democracia. Google, gracias a nuestros clics, acumula suficientes datos para analizar con mucha precisión el comportamiento de los internautas, para saber siempre mejor lo que quieren comprar o ver o leer. Gracias al principio de los «clics» efectivos, que luego se venden a empresas comerciales, Google prospera económicamente ofreciéndonos… ¡lo que aún no sabíamos que queríamos!
Porque el Principio 10 dice: «Aunque no sepas exactamente lo que buscas, nuestro trabajo es encontrar una respuesta». Nos esforzamos por anticiparnos a las necesidades de los usuarios de Internet de todo el mundo para poder satisfacerlas con productos y servicios innovadores que establecen nuevos estándares. «Anticiparse a las necesidades» es la base de esta ideología de la certidumbre, que es una certidumbre sólo para los vendedores e incluso para los políticos, ya que Google también se anticipa a los votos manipulando a los votantes, como confesó Schmidt en relación con las dos elecciones de Obama sin que ello causara la más mínima perturbación en el mundo político y en las «democracias». Todo esto para «establecer nuevas normas», que es lo más opuesto a la anarquía – y es fácil ver por qué los anarquistas en el sentido más amplio son los enemigos de Google… Lo opuesto a la democracia también, sobre todo porque Google se atribuye el derecho de seguirnos a todas partes, como dice el Principio 5: «En un mundo cada vez más móvil, las personas quieren tener acceso instantáneo a la información que necesitan, sin importar dónde estén. Gracias a Android, Google Now, Google Calendar, etc., Google reduce a todo el mundo a cliente de las empresas que compran esos famosos clics, y no a un ciudadano libre de escapar del ojo del Estado. Google teje una red «panóptica» alrededor de los internautas que utilizan sus servicios: la empresa lo sabe todo sobre ellos, y les sugiere lo que van a comprar antes de que ellos mismos lo sepan…
Skinner habría tenido la empresa y las herramientas que quería para desarrollar su «tecnología de comportamiento»: Google Search, Android, Gmail, Google Now, Google Calendar, Google Ads, Street View, el coche automatizado y todos los inventos de Google están diseñados para saberlo todo sobre el comportamiento de cada individuo, bajo el dominio de un condicionamiento invisible – lo que quería Skinner.
Google: ¿el puesto de poder?
Schmidt y Cohen se preguntan finalmente lo mismo que Skinner sobre el control de quien ejerce este sistema de control: «Quedan serias dudas para los estados responsables. El potencial de uso indebido de este poder [digital] tremendamente alto, por no hablar de los peligros introducidos por los errores humanos, los datos erróneos y la simple curiosidad. Un sistema de información totalmente integrado, con todo tipo de datos, con programas informáticos que interpretan y predicen el comportamiento, y con seres humanos que lo controlan, es tal vez demasiado poderoso para que cualquiera pueda maniobrar de forma responsable. Además, una vez construido, un sistema de este tipo nunca se desmantelará. Sin embargo, el dilema está hábilmente formulado: la cuestión del control debe plantearse a los «Estados responsables», no a Google (que tiene la respuesta)… Porque los Estados pueden abusar de su poder, aunque sólo sea por un «error humano», por » datos erróneos», o incluso por la «simple curiosidad» de un funcionario muy celoso… El argumento es penoso, pero funciona.
Pero Google sabe que algunas personas no aceptarán este control de sus propias vidas. Aquí es donde Schmidt y Cohen defienden el modelo de Estado mínimo, reducido a su estricta función represiva. En la respuesta al terrorismo, «las empresas tecnológicas son las únicas que están en condiciones de liderar este esfuerzo a nivel internacional», argumentan. Muchas de las más grandes tienen todos los valores de las sociedades democráticas sin la pesada herencia de un Estado: pueden llegar donde los gobiernos no pueden, hablar con la gente sin precauciones diplomáticas y operar en el lenguaje neutral y universal de la tecnología. Además, la industria que produce los videojuegos, las redes sociales y los teléfonos móviles: es la que mejor sabe cómo distraer a los jóvenes en cualquier sector, y los niños son el verdadero grupo demográfico de los grupos terroristas. Las empresas […] entienden a los niños y los juguetes con los que les gusta jugar. Solo cuando tengamos su atención podremos esperar ganar sus corazones y sus mentes.
Esta nueva división del trabajo en el ámbito de la lucha antiterrorista es un ejemplo perfecto del Estado mínimo. Google, como nuevo centro de mando del mundo, manda porque Google conoce mejor a todos esos «niños» que «son el verdadero grupo demográfico de los grupos terroristas». Además, dado que Google entiende «a los niños y los juguetes con los que les gusta jugar», es por supuesto la empresa mejor situada para vigilarlos y, si es necesario, denunciarlos.
Lo único que tiene que hacer Google es pedirle al Estado que desempeñe su papel de imponer el control y la represión sobre el terreno, que es precisamente el papel del Estado mínimo de Nozick: «A medida que los terroristas desarrollen nuevos métodos, los estrategas antiterroristas tendrán que adaptarse a ellos. El encarcelamiento no será suficiente para contener una red terrorista. Los gobiernos deben decidir, por ejemplo, que es demasiado arriesgado que los ciudadanos permanezcan «desconectados», desvinculados del ecosistema tecnológico. En el futuro, como hoy, podemos estar seguros de que los individuos se negarán a adoptar y utilizar la tecnología, y no querrán tener nada que ver con los perfiles virtuales, las bases de datos en línea o los teléfonos inteligentes. Un gobierno tendrá que considerar que una persona que no adopte estas tecnologías tiene algo que ocultar y probablemente esté planeando infringir la ley, y ese gobierno tendrá que elaborar una lista de estas personas ocultas como medida antiterrorista. Si no tiene registrado ningún perfil social virtual ni un teléfono móvil con conexión, y si sus credenciales en línea son inusualmente difíciles de encontrar, debería considerarse un candidato para su inclusión en esta lista. También estará sujeto a un estricto conjunto de nuevas normas, que incluirán un riguroso control de identidad en los aeropuertos y hasta restricciones de viaje».
Esto es exactamente lo que está ocurriendo con el uso del código QR, la herramienta soñada del Estado mínimo, ya que le permite saber todo sobre cada uno de nosotros a golpe de clic e imponernos restricciones de viaje. El Estado sólo tiene que cumplir su función represiva, mientras que cada ciudadano se convierte en policía de sus semejantes, gracias al código QR y a la ‘app’ que permite leerlo… Una sociedad autocontrolada, todo ello supervisado por Google, con un Estado mínimo como brazo armado, encargado de hacer entrar en razón a los ciudadanos recalcitrantes, incluso mediante la prohibición de entrar en determinados lugares públicos, también en países democráticos, hasta para recibir tratamiento hospitalario. ¿Cómo se ha producido todo esto tan fácilmente?
La estrategia de choque al rescate del capitalismo de control
Las teorías de Skinner y Nozick han tenido sin duda una influencia considerable en la visión del mundo de Google, la visión digital que Schmidt destaca en sus diversos discursos, incluso en su página web personal y en la de su empresa, modestamente titulada «Schmidt Futures». Este programa no es un secreto, y no es una conspiración en absoluto; sólo hay que leer lo que Schmidt y algunos otros escriben y publican para convencerse. El sitio web de Schmidt Futures comienza con la siguiente afirmación: «Reunimos a la gente, escuchamos sus ideas y seguimos las mejores ideas. Se trata de una estrategia que da prioridad a las personas (a people-first strategy)«. Por lo tanto, no hay ninguna conspiración en el trabajo actual de Google o de su ex-CEO, ahora experto del Pentágono. Solo hay una elaboración continua de las «mejores ideas», de escenarios listos para ser utilizados en cuanto un «shock» permita imponer medidas particularmente represivas o impopulares.
La estrategia de choque, ensayada en los países del Sur desde los años 70, se ha convertido en una estrategia de poder en los países dominantes e industrializados. Estamos asistiendo a un movimiento bastante comparable al descrito por Karl Polanyi en La gran transformación. En el siglo XIX, el país dominante en el proceso de la revolución industrial, Gran Bretaña, a través de una serie de errores económicos estratégicos, creó en casa las condiciones de extrema miseria que había experimentado antes en sus colonias. Por supuesto, hundir al pueblo en la miseria extrema es una excelente manera de mantener el poder, siempre que las causas de la miseria no sean visibles. De lo contrario, existe un gran riesgo de derrocamiento del poder existente, o incluso de una revolución. Con respecto a la revolución industrial, la tesis de Polanyi es que esta miseria, cuyas causas reales, según él, no fueron comprendidas ni por el pueblo ni por las élites, condujo a la destrucción de la vida social y, después de 1918, al fascismo y a la Segunda Guerra Mundial.
En el siglo XXI, es probable que asistamos a un fenómeno similar, en el sentido de que, como dicen Schmidt y Cohen, «Internet es una de las pocas obras construidas por el hombre que éste no comprende realmente». Sobre esta base, Google tiene derecho a construir un mundo bastante incomprendido, sobre todo porque Google avanza a gran velocidad y presume de ello; este es el principio 3 de su «filosofía»: «Siempre más rápido». Se dan las condiciones para que se produzca el fenómeno del control total de la población que, ante tantos puntos incomprensibles de las políticas seguidas por los estados en torno a la pandemia desde finales de 2019, se encuentra finalmente en un estado de estupefacción tal que las respuestas son por el momento insuficientes. Pero la nueva destrucción de la vida social a la que asistimos es sólo una etapa, no un punto final.
Una nueva división del trabajo político
El verdadero cambio de paradigma es la nueva división del trabajo entre los Estados y las empresas mundiales de control del comportamiento. Google, con sus tecnologías centradas en la predicción del comportamiento individual, y Facebook, posiblemente más adelantado con las tecnologías de reconocimiento facial, han asumido parte del poder que antes tenían los Estados, es decir, el control de sus poblaciones, gracias a su ventaja tecnológica y a la falta de comprensión de lo que estaba ocurriendo. La ventaja tecnológica es evidente, ya que la propia NSA utiliza los servicios de Google y Facebook para rastrear a posibles terroristas. En cuanto a la incomprensión de los profundos cambios en curso, es una explicación plausible de la incoherencia de las medidas tomadas durante la pandemia del covid-19, que puede pensarse como la difusión del miedo entre la población, pero que también es el resultado de la incapacidad de los dirigentes para ponerse de acuerdo sobre una situación que no controlan. Habríamos entrado entonces en una nueva «gran transformación», que podríamos caracterizar por la incapacidad de las élites que dirigen los estados para adaptarse al mundo creado desde cero por las megaempresas del ecosistema digital y virtual, que nada tiene que ver con un supuesto comité oculto que dirige el mundo. La pandemia solo ofrece «la posibilidad del shock»; es la política «post-shock» la que transforma nuestro mundo…
El miedo que nace de la incertidumbre absoluta del mañana, ya sea en el plano económico, ecológico, educativo o político, y la destrucción del vínculo social nunca han sido el deseo más profundo del ser humano. Es cierto que Google consigue, sin duda, extraer datos de los clics de los internautas («… los anuncios de texto orientados [permiten] obtener una tasa de clics superior a la de los anuncios aleatorios») para predecir e incluso anticipar su comportamiento económico e incluso político. Pero al hacerlo, los ideólogos de Google, no más que Skinner antes que ellos, no se dan cuenta de que simplemente van en contra de lo que es la vida biológica, humana, profundamente humana… No es seguro que Google y sus aliados tengan los medios económicos para transformar el planeta hasta el punto de que todo en él sea predecible, previsto y organizado de tal manera que se garantice la continuidad de lo existente. Esta es probablemente la contradicción más profunda de su sistema, porque tienen que ser capaces de organizarlo para que todo siga según sus deseos y los de las empresas que pagan por los clics previstos y contabilizados por Google. Esto es lo que hace que sea una continuación de lo existente: la continuación del sistema capitalista con su clase de explotadores, ciertamente cada vez más disimulada ante los ojos de los explotados, y un sistema productivo basado en gran medida en la primacía del mundo digital.
– Philippe Godard
[NdT]
Think tank: literalmente «tanque de pensamiento», también conocido como laboratorio de ideas, instituto de investigación, gabinete estratégico, centro de pensamiento, centro de reflexión….
Es una institución o grupo de expertos de naturaleza investigadora, cuya función es la reflexión intelectual sobre asuntos de política social, estrategia política, economía, militar, tecnología o cultura. Pueden estar vinculados o no a partidos políticos, grupos de presión o lobbies, pero se caracterizan por tener algún tipo de orientación ideológica marcada de forma más o menos evidente ante la opinión pública. De ellos resultan consejos o directrices que posteriormente los partidos políticos u otras organizaciones pueden o no utilizar para su actuación en sus propios ámbitos.